No se puede entender una industria de salazones y salsas de pescado sin una incesante actividad pesquera que aporte la materia prima necesaria.
Aunque el mar es parte básica de los recursos de los pueblos mediterráneos, sus frutos no sobreabundan. Las especies son numerosas pero nunca están abundantemente representadas. La única excepción a esta regla la constituyen los escómbridos (atunes, bonitos, caballas, melvas), y aún estos con un carácter estacional que determina una estructura económica y social característica de las poblaciones de las costas mediterráneas, donde el pescador frecuentemente es también un agricultor experto.
Los atunes y otras especies asociadas en sus viajes estacionales pasan sólo dos veces al año por la misma zona. Su pesca es una actividad que precisa temporalmente un número elevado de mano de obra. Entre mayo y junio bordean los litorales atlánticos de Marruecos y la península ibérica, internándose en el Mediterráneo para desovar, regresando por la misma ruta de camino hacia el Atlántico en los meses de junio a agosto.
Las artes de pesca abarcan desde el simple anzuelo, hasta los volantines o palangres que asocian varios anzuelos y que ya se documentan en la antigüedad en conexión con la pequeña pesca litoral. Para la pesca de los escómbridos se utilizan artes de cerco, como las almadrabas. Redes de cerco, tipo jábega o boliche, manejadas desde embarcaciones o la playa, se utilizaban también para captura de especies menores como la sardina o el mújol de amplia tradición en la costa mazarronera.
Para el mantenimiento, resistencia y duración de las redes, estas se sometían periódicamente a baños de tinturas a base de almagra, producto que las dotaba de consistencia y retrasaba su deterioro.
La industria pesquera se liga íntimamente con la del esparto que abastecía de materia prima para la fabricación de cordajes y redes, actividad en la que en época moderna se especializó la costa mazarronera, que abastecía de estos productos y mano de obra a buena parte del Mediterráneo.