Necrópolis de la Molineta

Otras ubicaciones

La necrópolis de la Molineta es la más extensa y mejor documentada de las estudiadas en el Puerto de Mazarrón. Por ella sabemos que a los difuntos se les inhumaba a veces en cajas, o con sudario y, depende de la época, con monedas o con patas de animales protectoras para ciertos ritos de después de la muerte. En la necrópolis se han documentado dos fases con rituales distintos que responden a dos momentos consecutivos que se diferencian en el conjunto del área mazarronera.

La necrópolis ocupa una amplia extensión en el casco urbano del Puerto de Mazarrón, disponiéndose en la parte alta y la ladera de una loma que cae acantilada sobre la playa. En la actualidad quedaría delimitada por las calles Cartagena, Progreso, Canales y Trafalgar, e incluiría las calles internas de San Juan, Gallo, Santa Teresa, Alcalá Galiano, San Antonio, Hellín y Macetas.

Se han diferenciado dos fases consecutivas de utilización de la necrópolis que responden a rituales distintos, y a su vez, parecen responder a momentos diferentes de la actividad económica y probablemente la estructura social y política en la zona.

La fase más antigua hay que ubicarla cronológicamente entre mediados del s. IV y comienzos del s. V, en paralelo al momento de florecimiento de la actividad del puerto. La necrópolis parece responder a un programa de distribución y ordenación que respeta o contempla dentro de sí un complejo hidráulico con un acueducto, una balsa y unas termas, establece pequeñas estructuras o capillas con remate absidal probablemente de culto, y alinea las sepulturas en calles con una estructura en la que juegan inicialmente un papel muy importante como organizadores del espacio, grandes panteones familiares del tipo denominado forma loculi. Las inhumaciones de este periodo se realizan a veces en caja, tal vez con el uso de parihuelas, y con sudario, sin evidencias de objetos de adorno pertenecientes al difunto ni de otros indicios que indiquen la presencia de inhumaciones vestidas. Con excepciones puntuales, la reutilización de sepulturas es casi la norma. La presencia de objetos de ajuar cerámico o vidrio, es escasa, pero no inexistente, y es muy frecuente la aparición de monedas asociadas a los cadáveres. Junto a un elemento como este de clara raíz pagana, ya que se relaciona con el pago que debía hacerse al barquero que transportaba las almas de los muertos hasta el Hades, aparecen otros relacionables con la religiosidad popular como la presencia de patas de animales, tal vez para la protección de los niños, en un rito relacionado con el “mal de ojo” y la creencia en los daemones, así como testimonios de creencias cristianas. Todo lo expuesto para esta fase nos habla de una sociedad de clara raíz romana, con una importante población en la que juegan un papel destacado las familias urbanas, como elementos de articulación ideológica, social, política y económica, y soporte de los intentos de restauración del imperio por Constantino y sus sucesores, fundamentalmente en la etapa que nos afecta, Valentiniano y Teodosio.

El final de esta fase parece producirse de forma traumática. Las sepulturas se nos presentan mayoritariamente violadas y revueltas. Podemos relacionar esta destrucción intencionada con el momento de crisis reflejado en otros contextos estratigráficos del Puerto de Mazarrón que parece producirse poco antes de la mitad de la quinta centuria. Desde el punto de vista histórico creemos que debe ponerse en conexión este hecho con la presencia en la zona de grupos relacionados con los vándalos u otras bandas de germanos orientales. De hecho sabemos que los vándalos tomaron Cartagena en el 425.

Tras esta ruptura la actividad, no sabemos si con alguna interrupción, continúa en la necrópolis. No obstante, esta segunda fase presenta un número proporcionalmente mucho menor de sepulturas, y estas con matices tipológicos constructivos propios, y un ritual claramente diferenciado del precedente. Las características de esta fase responden a un horizonte cultural ya conocido y estudiado en otros yacimientos del sureste, aunque por lo general en pequeñas necrópolis de marcado carácter rural. Junto a las sepulturas, se localizan fosos de cenizas con huesos y cerámicas con una importante presencia de grandes fuentes para elaboración del pan, mesas de ofrendas y posibles hogares. Las inhumaciones son vestidas y aparecen objetos de adorno tipológicamente característicos, desaparecen los elementos cerámicos de ajuar y las monedas asociadas a los difuntos. Aunque hay casos de reutilización de las tumbas, las inhumaciones son mayoritariamente individuales y se encuentran inalteradas.

Para fijar el momento final del cementerio contamos con el hallazgo de una ocultación de un tesorillo realizada en una sepultura y dentro del cual se encuentran algunas acuñaciones vándalas del Norte de África. Resulta tentador conectar el final de la necrópolis y la ocultación de este tesorillo con el proceso de asentamiento del poder bizantino en la zona. En cualquier caso, en nuestra necrópolis está ausente el horizonte cultural que a comienzos del s. VII se documenta en otras áreas del sureste, y donde junto a los objetos de adorno personal, que nos siguen hablando de inhumaciones vestidas, vuelven a reaparecer, con mayor frecuencia, vasijas cerámicas como ajuar funerario, elementos característicos ya de las necrópolis meseteñas y de influjo visigodo