Inequívoco símbolo de Mojácar, ha sido utilizado desde tiempos remotos, cuando sus habitantes lo pintaban sobre las fachadas de sus casas, con objeto de ahuyentar el “mal de ojo” y preservarlas de las tormentas.

Representa un hombre con los brazos abiertos, sosteniendo un arco iris.

Los primeros viajeros románticos lo llamaron “el muñeco mojaquero”, cuando aquí los más mayores lo conocían como “El Totem”.

Más tarde, fue bautizado con el nombre actual de Indalo por un grupo de   pintores, filósofos, escritores y artistas, que componían el movimiento cultural indaliano.

El movimiento fue fundado por el pintor y escultor almeriense Jesús de Perceval en 1945. El punto de partida fue la diferencia cultural almeriense, basada en una cultura ancestral y mediterránea.

El nombre de Indalo es en honor a san Indalecio, judío cordobés que atraído por la fama de la religión cristiana viajó hasta Jerusalén para conocerla. A su vuelta, convertido, ejerció de propagador de la fe cristiana, fue un indal-eccius (que en el lenguaje ibero significa mensajero de dioses), ya que cristianizó esta región almeriense.

Relacionado  por la esquematización de sus trazos, con el mismo tipo de pinturas rupestres descubiertas en el abrigo eneolítico de la cueva de los letreros en Vélez blanco, se fecha su tipología  como pintura rupestre esquemática de origen levantino en el 2.500 a.c.

Actualmente, no sólo es excusa de inspiración artesana, sino que sigue siendo portador de buena suerte y mensajero de las bonanzas de una mágica tierra.

Regalar un indalo es desear mucha suerte y protección para quien lo porta.