Cuenta la leyenda que en la Mojácar antigua, vivía un viejo alquimista en la boca de una cueva, situada en la cuesta que nos emplaza al Mirador de la Plaza Nueva.

Una epidemia de peste que devastaba a la población mojaquera, fue el motivo por el que María, una bella joven lugareña, decidiera con valentía desposarse con el viejo hechicero poseedor del infalible remedio que paliaría dicho mal.

Luego de acontecer el casamiento, el alquimista, temeroso de la huída de su esposa una vez conseguido el “secreto”, postergaba un día tras otro el darle a María el remedio para el padecimiento del pueblo.

La mujer, deseosa de librar a la población, una noche que el hechicero dormía, arrojándose de valor, cogió el tarro que contenía el líquido salvador, exorcizando así al pueblo de su terrible castigo.

Los presagios del mago eran ciertos, la única intención de Mariquita había sido la protección de sus vecinos. Ella temiendo la venganza del mago al despertar y conocer la verdad, vertió el licor dentro de la boca de éste, para librarse definitivamente de él. Fue tal el infortunio, que, por los efectos de la impaciencia y el entusiasmo, al agitar el tarro, una gota del misterioso licor cayó en su mano derecha, haciéndole un agujero, y hechizándola para siempre.

Y dicen que aún siguen allí los dos “encantados”… y que en las noches de plenilunio se puede ver a Mariquita, como hada del pueblo, merodeando por las calles lamentando su destino… Los mojaqueros, agradecidos, al pasar por la cueva solían cantar:

Sal, sal

Mariquita la “posá”

La que tiene la mano “agujereá”

Si no la tuviera,

Todo el pueblo pereciera